En los últimos años, entre los nombres de cepas francesas que abundan en las cartas de vinos más prestigiosas del país –Malbec, Cabernet Sauvignon, Pinot Noir y Chardonnay, por solo mencionar algunas- empezó a asomar tímidamente una variedad en apariencia mucho menos pretenciosa: la Criolla Chica o Criolla, a secas.
Conocida originalmente como Listán Prieto, la Criolla Chica es una cepa histórica que hermana a los distintos países productores del continente americano: es la mismísima Uva País de Chile, la Negra Mollar del Perú y la Mission californiana.
El origen de esta variedad se sitúa en el archipiélago de Canarias, y fue una de las primeras uvas en llegar a estas latitudes a comienzos del siglo XVI. Con el correr del tiempo, en Argentina comenzaron a aparecer entrecruzamientos y mutaciones genéticas que derivaron en variedades nuevas. La Criolla tiene todo lo que es tendencia en los vinos actuales a nivel internacional, es una especie de Pinot Noir americana. A excepción del aroma muy marcado a frutos rojos que caracteriza al Pinot, ambas son bastante parecidas: son de color claro, tienen cuerpo liviano, son fluidas y bien vinificadas tienen muy buena tensión y textura. Además, son sumamente versátiles: van bien como aperitivo o combinando un amplio abanico de comidas.